El hallazgo fue realizado por los guardas durante sus tareas habituales en las Áreas Naturales Protegidas Punta Bermeja, Caleta de los Loros y Pozo Salado.
Dicha zona, de acuerdo a los estudios geológicos realizados por especialistas de la Universidad Nacional de La Pampa y el INCITAP (instituto de CONICET, La Pampa), fue un ambiente desértico con dunas y numerosos lagos extensos que funcionaban como oasis, y donde concurría la fauna de ese momento.
En el barro de la costa de uno de esos lagos quedaron registradas huellas de casi 40 cm de largo de un animal bípedo que muestran un apoyo en dos dedos del pie, el dedo medio y el lateral (muy parecido a los actuales avestruces africanos).
Las mismas fueron encontradas por el guarda ambiental Andrés Ulloa y durante las tareas de campo brindaron apoyo los guardas ambientales Juan Siguero, Jonatan Ferrara y el poblador local Sr. Sergio Méndez.
El análisis de las huellas confirmó que su edad es de 8 millones de años, perteneciente al Mioceno Tardío época en el que los dinosaurios estaban extinguidos y se la denominó con el nombre científico de Rionegrina pozosaladensis. Se estima que su productor tenía un peso mínimo de 55 kg, por comparación con huellas de aves actuales.
Este tipo de huellas fósiles no se conocen en ninguna parte del mundo y sólo tienen algún grado de comparación con aquellas de dinosaurios carnívoros del Cretácico Temprano (entre 145 y 100 millones de años de antigüedad), que pertenecen al grupo de los deinonicosaurios y usaban una de las garras del pie para dominar a sus presas.
La investigación estuvo a cargo de un grupo de investigadores encabezado por el Dr. Ricardo Melchor con el acompañamiento de la Secretaría de Ambiente y Cambio Climático, y la Secretaría de Estado de Cultura de la provincia de Río Negro.
Este trabajo fue posible también gracias a la recepción de subsidios por parte de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
Este hallazgo fue publicado en la revista Scientific Reports y se puede acceder libremente en https://www.nature.com/articles/s41598-023-43771-x.
El productor de “Rionegrina” apoyaba mayormente dos dedos y eso lo separa de las huellas de ñandúes actuales y fósiles (que apoyan tres dedos). Las chuñas actuales apoyan mayormente dos dedos, pero no se conocen como fósiles de un tamaño mayor a las actuales (2-3 kilos de peso), por lo que también se descartan como posibles productores.
Las únicas aves corredoras de gran tamaño son el grupo extinguido de las “aves del terror” o fororracos, cuyo registro es bastante extenso en Argentina. Aunque los huesos de las patas de los fororracos se preservan raramente, una comparación con los restos conocidos sugiere que sería un ave del terror aún no registrada.
Las huellas de “Rionegrina”, muestran un individuo que se alejaba de un lago, donde también había huellas de otras aves pequeñas semejantes a chorlos, perezosos terrestres y antecesores del ñandú patagónico o choique.
El ave se movió lentamente al momento de dejar las huellas estudiadas, probablemente había abrevado en el lago o se encontraría en busca de una presa. Las huellas analizadas muestran un gran dedo central y otro lateral que serían el apoyo principal, a su vez tiene un dedo interno muy reducido y casi no apoyaba el talón.
Estas características del pie indican marcadas adaptaciones para la carrera, es decir era un ave corredora. Esto se complementa con una gran garra en el dedo interno que llevaba elevada y sólo tocaba la tierra la punta de la misma. La garra habría servido para inmovilizar a las presas, entre las que se incluyen otras aves y mamíferos pequeños antecesores de los actuales carpinchos, de acuerdo a lo que se conoce actualmente de la fauna fósil.